Ella era mi luz -dijo mi padre una vez-, sostenía mis manos cuando sabía que estaba cansado y preparaba café cuando el miedo nos invadía. Ella fue mi amiga, mi consejera y sobre todo, mi alma gemela.
Nunca sabré lo que habría sido la vida sin ella y no quiero saberlo. Desde el primer día, bajo aquella hermosa noche, ella brillaba incluso más que la misma luna. Su sonrisa, toda en sí, resplandecía tanto que yo moría cada vez.
Sus ojos estaban rojos y seguían humedecidos. El conteo del Año Nuevo había comenzado y todos levantaron sus copas en honor a lo que venía. Pero para él ya no había nada. El amor de su vida había partido y probablemente aquel conteo resonaría en su cabeza todos los días que seguirían.
Un día mi padre llorando me contó aquella historia, de cuando el amor se acurrucó a su lado y que durante años había perdurado. De cuando el tiempo se fue volando y de como todo se había acabado.
Sé feliz - dijo -, mientras puedas. La vida es corta y los momentos se vuelven efímeros. Sé feliz, para que un día, como yo, vivas de bellos recuerdos.
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