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Foto del escritorElvin Ponce

Un día como cualquiera en la vida de alguien más…

Actualizado: 24 abr

Aún guardo un pequeño tesoro de aquellos días brillantes de mi infancia. Como probablemente no sabrías, eran tan pocos, que tenerlos era como una explosión de emociones positivas dentro de mí.


En esa ocasión me encontraba sentado en la arena, escuchaba el ruido de las olas delante mío y la brisa daba en todo mi cuerpo de forma casi violenta. Pero no te equivoques, la sensación era maravillosa. Jugaba con la arena debajo de mí y cerraba mis ojos a las sensaciones. La luz brillante y caliente del sol tan satisfactoria que drenaba toda la soledad que sentía tan en lo profundo.


Papá y mamá jugaban entre ellos en el mar, podía sentir su amor expresándose abiertamente sin miedo a nada. Mi mente divagaba en la idea de que tal vez un día, aquella imagen fuera permanente en nuestro hogar.


¿Sabes lo que es pasar triste o enojado todo el tiempo y que de pronto un día aquellas emociones se vayan, dejando solo tranquilidad? Pues, en ese momento lo estaba experimentando y era casi enloquecedor.


Un ave cayó del cielo y se paró a mi lado. Ella me veía y luego a todos lados. Me era curioso como no me temía, tomando en cuenta que casi siempre huían de mí. Aquella gaviota se mantuvo firme viendo hacia todos lados y a la vez disfrutando de la brisa como yo hacía unos minutos.


De pronto se escuchó un trueno y el ave se fue volando. El cielo comenzó a oscurecerse, sin embargo no taparon el sol, por lo que los rayos de este ahora caían artísticamente sobre toda la playa. La llovizna cayó después y justo en ese momento me transporté a uno de mis cuentos, donde el felices para siempre parecía estar por llegar.


Obviamente los días que siguieron después de aquel momento fueron días de tormentas, pero aún así, casi veinticinco años después, sigo esperando conectar con el cielo y con el mar de esa forma. El universo y yo, sin miedo, sin tristeza y sin enojo. Solos él y yo, hasta el fin de los tiempos, donde pueda levantar mis alas e irme en paz como esa gaviota que no temió de mi presencia esa vez.


Aleteo tras aleteo, bajo los rayos del sol y la llovizna fresca, con el ruido del océano a un costado y la brisa recorriendo mi plumaje hasta desaparecer en el horizonte.

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